¡La Polilla!
Por Stephen Crane
CDMX, 06 noviembre 2025.- Se colocó, en un acto heroico, sobre la piedra de los sacrificios de la ignominiosa desesperanza de una nación rota, sacándose el corazón, encendido de rojo, con el afilado cuchillo de obsidiana del desamparo, la desolación e indefensión que se decanta en el pueblo.
Carlos Manzo Ceja, 40 años de edad recién cumplidos, conocido como “el hombre del sombrero”: estaba consciente que, tarde o temprano, lo iban a matar.
Dolor arde. Eterna tea que oscurece la entraña y la esperanza. Libertad estrangulada por la delincuencia organizada, en connivencia con el poder; campea por todo el país.
Plaga maldita.
Fue acto suicida, no asesinato.
Siete aceradas balas, endiablado réquiem, cegaron su vida. Su camisola blanca quedó tinta en rojo, espejo oscuro de un país ensangrentado.
Héroes muertos de nada sirven. Ojalá no sea su caso. Dependerá del pueblo, no del poder que su deceso no acabe en el cesto de la basura de la historia.
Era una muerte largamente anunciada.
Eso, como ciudadanía, nos hace cómplices del crimen. Aunque habrá, como siempre, chivos expiatorios.
Su deceso se sumó a la sangrienta cifra de infernales asesinatos, que por lo general van a dar a la fosa séptica de la impunidad, que ya superó con creces los 200 mil en los últimos siete años.
El sombrero desmayado sobre su lustroso ataúd caoba representaba un estruendoso grito de silencio. Acorazado por una granizada de coloridas, perfumadas, flores. Hacían más aciago el momento: dualidad vida/muerte.
Llegó a la alcaldía de Uruapan como candidato independiente, después de haber comenzado su vida política en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y luego el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) del que fue diputado federal.
La muerte le pisaba los talones, como perro rabioso, desde tiempo atrás. Todos, él, el poder, y el pueblo lo sabíamos que iba a ocurrir y nadie hizo algo. Aunque dijera que no quería ser un presidente municipal “más de la lista”, a los que “les han arrebatado la vida”.
Traía la fantasmal muerte escondida, agazapada, tras las niñas de los ojos.
Desde ahí comenzaba su inmolación.
Y qué inenarrable sentimiento de vacío debía amenazar, desde que confrontó al poder, federal y estatal -implorando apoyo para erradicar la inseguridad-, tener conciencia de que su propia muerte podría ocurrir en cualquier momento.
Clamor que se extendía al resto del país.
En Facebook llamó la atención el comentario de un cibernauta:
“Somos un pueblo rabiosamente hipócrita: somos corresponsables del asesinato de Carlos Manzo. Ahora todos lo lloramos. Falacia gritar: fue el Estado, para lavar nuestra culpa.”
Su ejecución ocurrió al amparo de las sombras de la noche, en el marco del vistoso Festival de las Velas del pasado sábado 1 de noviembre, Día de Muertos, en el Centro Histórico de Uruapan. Eran poco más de las 20:00 horas. Las estrellas, bajadas del cielo, titilaban, tachaban el cemento, la tierra, y la luna presumía su plateada palidez.
Poco antes de ser acribillado, con una descarga de mortal plomo, Manzo -tercer alcalde asesinado en Michoacán en los últimos cinco meses- , dirigió a uno de sus dos hijos amorosas palabras, que simbolizaban su adiós:
“Mira, papi, la Catrina”.
Y la muerte flaca los miraba impávida; sus ojos muertos.
El pequeño jamás volverá a escuchar de viva voz a su padre.
Su crimen, a la oscura luz de centenares de velas y frente a centenares de pobladores, es un mensaje más al actual gobierno federal. Para que sepa quién manda en México: la delincuencia organizada.
El pasado 8 de octubre, el diputado de Morena, Hugo Eric Flores, lanzó una declaración que difundió la prensa nacional e incendió las redes sociales: 70 por ciento del territorio nacional, alrededor de millón y medio de kilómetros cuadrados- está en manos de los grupos facinerosos.
Posterior al asesinato de Manzo, Grecia Quiroz, en un mar de lágrimas y la voz entrecortada, pero con valentía, dio un sentido discurso durante el homenaje póstumo de su esposo:
“Aunque apagaron su voz, no apagarán esta lucha. No la apagarán porque seguiremos su legado, porque seguiremos luchando junto con el movimiento del sombrero”
Sostuvo que continuará el trabajo de su marido en el combate a la inseguridad.
La ciudadanía de Uruapan, puntualizó, “está cansada de tanta violencia. Está cansada de que nos arrebaten a nuestros hijos, a nuestros hermanos, a nuestros padres, a nuestros niños.”
Asimismo, Grecia subrayó que Manzo luchaba contra la delincuencia y violencia de la región “sin temor a nada, sin temor a perder su vida, sin temor a dejar a sus hijos huérfanos hoy”.
“Mataron al mejor presidente (municipal) de México, el único que se atrevió a levantar la voz””, cerró Grecia, la rabia contenida y la furia en sus ojos.
Hace unas horas Grecia tomó la estafeta de su marido: quedó en su lugar como presidenta municipal de Uruapan. En la ceremonia de toma de posesión traía un vestido negro de una sola sola pieza. Símbolo, quizá involuntario, de luto nacional.
Su mano izquierda traía el sombrero de su esposo, aprentándolo amorosamente contra el pecho, a la altura del corazón, como si aprisionara el alma de Carlos.
Vertidas tiempo atrás, resuenan -losas graníticas en la memoria-, las palabras de Nayib Bukele, presidente de El Salvador, conocido y temido por su mano dura contra la delincuencia, hierro candente en la piel del corazón de los mexicanos, tras el artero crimen contra Manzo:
“No hay gobierno que no pueda acabar con la delincuencia. Si no lo hace, es porque la delincuencia forma ya parte del gobierno”.
Durante el gobierno de Claudia Sheinbaum, que en septiembre pasado cumplió un año, con el violento asesinato del alcalde de Uruapan, suman ya 10 presidentes municipales que han sido ejecutados en el país. Riesgo que supere, al final de su gobierno, los 23 munícipes que fueron masacrados durante el sexenio de López Obrador.
Pero hay una numeralia descorazonadora, que petrifica la esperanza:
En México, el porcentaje de delitos que quedan impunes es alarmante. Según datos del INEGI, el 93% de los delitos no se denuncian, y de los que se denuncian, solo un pequeño porcentaje llega a sentencia.
En 2023, el 93.6% de los delitos investigados quedaron impunes a nivel nacional, con estados como Oaxaca (99.93%), Jalisco (99.12%) y Colima (97.57%) con los mayores índices de impunidad.
Sin sombra de duda, uno de los asesinatos más dantescos de un presidente municipal, en la vida política de México, durante el presente siglo, ocurrió, hace poco más de un año, el 7 de octubre de 2024.
Ese día fue asesinado y desmembrado con saña inaudita, Alejandro Arcos Catalán, presidente municipal de Chilpancingo de los Bravo, Guerrero. Había asumido el cargo de alcalde solo seis días antes de su muerte.
Su cuerpo desmembrado fue encontrado dentro de una camioneta Volkswagen blanca, guillotina metálica, y su cabeza fue dejada, como quien deposita un dulce, sobre el toldo del vehículo en la colonia Villas del Roble de Chilpancingo.
El asesinato fue atribuido al crimen organizado y generó gran conmoción en México y el extranjero. Similar al caso de Manzo.
Las autoridades federales y estatales iniciaron una investigación para esclarecer los motivos del crimen y, posteriormente, se reportó la detención de un militar implicado en el caso.
El poder ha logrado su objetivo con un lenguaje no hablado: a través del miedo por la desaforada inseguridad ha logrado paralizar, inmovilizar, convertir en estatua de sal, a la ciudadanía.
Porque, como nunca antes había sucedido, cuando un mexicano sale de su casa, no sabe si regresará con vida.
En lunes, dos días después del crimen de Manzo Ceja, desde las frías paredes de Palacio Nacional, la presidente Sheinbaum, sin rubor alguno, echó la culpa de su asesinato a Felipe Calderón, cuya presidencia finalizó en 2012, hace 13 años.
Según ella por su guerra declarada a los poderosos carteles de la droga en los albores de su sexenio, 2006.
Incluso, en una declaración que hizo desternillar a más de alguno, anunció “toda la fuerza del Estado” para esclarecer el asesinato de Manzo.
En respuesta a las palabras de la presidente hubo un mar de ácidos memes en redes sociales. Destaca uno, con ella, vestida de negro, en avanzada preñez, casi nueve meses, a punto del alumbramiento, y la leyenda socarrona:
“Fue Calderón”
También, hace unas horas, se difundió la imagen de un mural, en Uruapan, con la imagen de Manzo Ceja, su sombrero encasquetado. Se mira su rostro amablemente endurecido.
Previamente, en conversación con Latinus, el político asesinado lanzó una frase que hoy resuena como una mortuoria sentencia, bañada de desesperanza:
“A la presidenta este país ya se le fue de las manos”.


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