¡La Polilla!

“Pueblo Bicicletero”

Por Stephen Crane

 

A México, históricamente, se le define con dos palabras bañadas de ironía: Pueblo bicicletero

Ley sin alma al servicio del poder desalmado 

CDMX, 08 septiembre 2025.- Connotación peyorativa, ácida, bañada de sorna, que devela a una nación sin desarrollo y dependiente de la bicicleta por falta de autos. Retardataria. Huérfana de ciencia y tecnología. Una suerte de país subdesarrollado, modernamente troglodita, cavernario, sin futuro halagüeño.

Que tiene una peculiar virtud, sobre todo desde el presidencialismo de 1929 a la fecha: brillar en su negra oscuridad. 

También simboliza una eterna comedia bufa, que se decantó en la controversial elección del nuevo poder judicial, plagada de irregularidades, transas, desvergüenza, como ocurre en países con gobiernos populistas -derecha e izquierda-. Que tuvo como corolario una patética ceremonia prehispánica, llena de un involuntario simbolismo asesino, desde la psicología de las masas: colocar a 130 millones de habitantes en la piedra de los sacrificios, como hacían los antropófagos aztecas para aplacar la ira de los dioses.

Endemoniada ceremonia de purificación; fatuo heroísmo.

Y que tiene un trágico augurio: irá en detrimento de su incipiente democracia. O, también, otra perversa vuelta de tuerca rumbo al autoritarismo desde la supuesta izquierda -que hay quienes llaman “siniestra”-. Una incipiente Venezuela del norte. Aunque el oficialismo y sus simpatizantes se empecinan en negarlo. 

La elección de jueces y magistrados, el 1 de junio pasado, estuvo atenazada de un profundo humor -asalta la duda si es voluntario o involuntario- similar a un amargo Circo Atayde. Sobre todo para designar a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), todos allegados al poder. Y que algunos internautas llaman, con sorna, la Tremenda Corte, aquél emblemático y entrañable programa radiofónico humorístico cubano, encabezado por Tres Patines y el Tremendo Juez.

Crónico humor involuntario, risoterapia social. Y que, cotidianamente, emerge de las entrañas de Palacio Nacional durante las eufemísticas “mañaneras del pueblo”.

Sería como si en los países nórdicos se siguieran practicando ritos vikingos ancestrales para celebrar supuestos triunfos políticos. Como el Blót, una ceremonia de sacrificio para honrar a los dioses; el Sumbel, un festín con brindis y juramentos; y complejos rituales funerarios con enterramientos en barcos y ajuares funerarios para el más allá. 

Se realizaban para obtener el favor de los dioses, serenar su enojo y asegurar bendiciones para la cosecha o la victoria en batalla. Además implicaba el sacrificio de animales, cuya sangre se rociaba sobre altares y objetos sagrados. Se podían ofrecer armas, joyas y herramientas.

Por ejemplo, la presidente Claudia Sheimbaun Pardo, doctora en ciencias, se inmoló llenándose la boca con palabras vacías, que con el 13 por ciento de los sufragios -en realidad fue menos de 10-, en favor del nuevo poder judicial, inducidos por los perversos acordeones: “votó el pueblo”.

Es la legalización de la trampa, el garlito, la artimaña, desde el poder.  

Espejo oscuro qué somos como pueblo  

Lilly Téllez, senadora del PAN, vomitó en sus redes sociales:

“Los nuevos ministros del acordeón no merecen el beneficio de la duda. Son cómplices de la destrucción del poder judicial y de la República. Hay que combatirlos como lo que son: piezas del nuevo régimen autoritario y mafiocrático.”

Hugo Aguilar, ministro presidente de la SCJN, supuestamente de origen indígena, afín a la Cuarta Transformación, sin experiencia alguna en la impartición de justicia, encarnación de Benito Juárez, el Benemérito de las América, es llamado con sorna en redes sociales: Malamérito.   

Él encabezó el rito de pueblos originarios con otros ministros. Ingeniosos videos, editados, con esas imágenes, plagados de chuga y sorna, invadieron las redes sociales. Sobre todo por el uso de ceremonias ancestrales con fines políticos, característicos desde que Morena llegó al poder, el 1 de diciembre de 2018.

Ahí recibió el bastón de mando que lo ata, irremediablemente, a los caprichos de Palacio Nacional.

Después de ese rito, el diario Reforma, acérrimo crítico de la Cuadra Transformación, publicó una información donde, supuestamente, varios de los miembros de la SCJN fueron a cenar a un restaurante en la exclusiva zona de Polanco, una de las más caras de la ciudad.       

Aurelio Malamurga, que denota sangre indígena en sus venas, con la agudeza y profundidad que lo caracteriza, escribió en su muro Facebook, una amplia reflexión sobre la polémica ceremonia, que vale la pena reproducir:  

He leído casi todos los artículos que se han escrito sobre los actos demagógicos que representaron la entrega del bastón de mando, la ceremonia de purificación y la encomienda a deidades prehispánicas y sí, también coincido que son materia de chunga, burla y risa, ya que, aunque con plagios y todo, las ministras y ministros están formados dentro de la cultura occidental y saben que dichas supercherías sólo son sobrevivencia de un mundo mágico hace centurias desaparecido.

Lo que hay es un mazacote de creencias provenientes, muy pálidamente, del mundo prehispánico, del católico, del africano y de otras partes del mundo.

Lo que no se ha dicho es que estos “usos” representan un riesgo mayor, y esto para la gente más atrasada y para los no tan atrasados culturalmente.

Conozco ¡profesores! de bachillerato que se empeñan en invocar los supuestos conocimientos nahuas, toltecas y mayas, y juzgan los importados de Europa, EE.UU y otras regiones del mundo como inadecuados porque hay que saber si se “adaptan” a nuestra realidad (como si ésta fuera una sola).

Lo que defienden, en verdad, es mantener la creencia en ese “inaccesible” conocimiento que la Conquista destruyó y sustituyó por la cultura europea (una mezcla también) y que ellos desearían encontrar, rescatar y traer de vuelta.

Sólo que para eso deben leer en primer lugar a los españoles como Fray Bernardino de Sahagún e iniciando con su ‘Historia General de las Cosas de la Nueva España’.

Esta pretensión se entrelaza con aquellas creencias que van desde la credulidad en los “productos milagro” (infusiones con la punta del guarumbo para acabar con la diabetes, pastillas milagrosas para adelgazar en una semana y conocimientos secretos que mayas y toltecas desarrollaron y que preservan humildes indígenas), la espera de hombres providenciales que acabarán con todos nuestros problemas y eso, “las limpias”, a las que la buena gente se somete cuando todo le está yendo mal y no encuentra una solución.

Para alguien informado todo eso no representa más que tristes supercherías, pero la gente ignorante (y no tan ignorante, como los políticos) las cree y fortalece su creencia de que hay soluciones fáciles y rápidas para problemas que sólo el trabajo, el esfuerzo, la tenacidad y el conocimiento pueden solucionar.

Con esos rituales los ministros fortalecen el fanatismo del pueblo, pues les conviene uno crédulo, que acepta como válidas dichas fantasías, que cree en hombres “especiales” y todopoderosos (como ellos y su bastón de mando) y que es cierto que después de”las limpias” no robarán, no engañarán y no plagiarán, porque los poderes de nuestros dioses (“los hondos dioses muertos”, decía Borges) los ha purificado y han sido tocados con su poder.

En realidad, como lo impuso el titiritero mayor (el ex presidente Andrés Manuel López Obrador) a quien obedecen, son actos terriblemente demagógicos que dicen: “la justicia ahora es del pueblo, para el pueblo y con el pueblo. Y para que no les quepa duda, acudimos al corazón del pueblo, a su almendra más pura que se mantiene intacta y es la esencia de México: los indígenas”.

Benito Juárez, que fue un indígena puro y un estadista porque supo ver en el acceso a la modernidad el verdadero camino por el que se podía desarrollar México, jamás apeló a lo indígena ni a sus supersticiones (que en el siglo XIX se mantenían más extendidas y puras) para modernizar nuestro país.

Usaba el carruaje negro, el traje negro y el sombrero negro para recorrer el país, y sabía que eran los ferrocarriles el medio para unirlo y afianzarlo, así como la separación de la Iglesia y el Estado; junto con los criollos Sebastián Lerdo de Tejada y Melchor Ocampo redactaron las leyes de Reforma, que dieron la verdadera independencia al país.

Si conociera al segundo presidente indígena de la SCJN, ordenaría simplemente: 

“Regrésenlo a su pueblo a estudiar y a que se actualice”.

Lo demás, es sólo demagogia.

NOTA: Me gusta conocer las supersticiones prehispánicas (los libros de Laurette Sejourne y ‘El alma encantada’ son fundamentales) y platicar de ellas con los indígenas para ver qué tan íntegras o deformadas las conservan.

Me gusta el aroma del copal, ver danzar a los concheros y otros grupos, yo mismo me he sometido a “una limpia”. Pero creo que su lugar está en el arte, en la poesía y las leyendas.

También, en su muro de Facebook, otro cibernauta escribió, en contraste con el discurso oficial, con ácida sorna:

“Soy orgullosamente apátrida: me cago en la patria, la bandera y el himno nacional. Mi único orgullo, como mexicano, son los pueblos originarios.”

Mientras, seguiremos, irremediablemente, siendo eso: pueblo bicicletero.